Cornerstone

Neuro-montaña y sus alucinaciones

July 30, 2025
Cornerstone

Entre la niebla y el vértigo: alucinaciones que nos revela la altura

Hay momentos en que el silencio de la montaña no solo se escucha, se siente. En medio de la nieve, la roca y el viento, el cuerpo avanza, pero la mente… a veces se queda atrás. O se adelanta.

Para quienes hemos tenido el privilegio —y el desafío— de escalar montañas, sabemos que hay una frontera invisible que se cruza mucho antes de llegar a la cumbre: la del propio umbral mental.

En condiciones extremas, el cerebro comienza a comportarse de forma distinta. Y aunque eso puede sonar a peligro, también puede entenderse como un ritual de transformación.

En la altura, donde el oxígeno escasea y el cansancio cala hondo, la mente recurre a recursos insospechados para mantenernos en marcha.

A veces, eso implica ver lo que no está, o sentir lo que no existe… al menos no del todo.

1. El “tercer hombre”: cuando no escalas solo

Ernest Shackleton, explorador de la Antártida, fue uno de los primeros en describirlo: mientras cruzaba un glaciar con sus compañeros, sintió que había una cuarta presencia invisible con ellos.

Este fenómeno se conoce como “el efecto del tercer hombre” y ha sido documentado por alpinistas en todo el mundo.

Sucede cuando la hipoxia —la falta de oxígeno— afecta regiones del cerebro relacionadas con la percepción social y emocional.

De pronto, el escalador siente que hay alguien más: una figura que guía, acompaña o simplemente está allí, dándole consuelo. No es un delirio violento ni una amenaza.

Es, muchas veces, una especie de guardián interior que emerge en los momentos más críticos.

Y aunque la ciencia lo atribuya a la neuroquímica cerebral, quien lo ha vivido sabe que esa compañía no es tan fácil de explicar. Es otro recordatorio de que subir montañas no es solo una experiencia física, sino espiritual.

2. El mundo se tuerce: ilusiones del terreno

Subir por una arista a más de cinco mil metros, con el viento azotando y la nieve cegando la vista, puede hacer que el cerebro pierda su ancla espacial.

En ausencia de referencias visuales claras, nuestro sistema de equilibrio comienza a fallar.

Aparece una ilusión sutil pero desconcertante: sentir que flotamos, que el suelo se mueve, o que nuestra percepción del cuerpo se vuelve difusa.

Este fenómeno, conocido como desplazamiento perceptual, ocurre cuando el cerebro ya no puede integrar con precisión la información sensorial.

La vista, el oído y el sentido del cuerpo en el espacio empiezan a desacoplarse.

Muchos escaladores lo describen como una sensación onírica. Como si de pronto, la montaña dejara de ser un lugar y se convirtiera en un estado mental.

Escalar montañas se transforma entonces en una exploración de nuestra propia conciencia, donde el terreno real y el simbólico se confunden.

3. Voces en la nieve: alucinaciones por aislamiento

Después de muchas horas de ascenso en solitario, el sonido del crujido de los crampones puede parecer una voz. Una sombra proyectada por la luna puede convertirse en un rostro.

Estas alucinaciones auditivas o visuales son comunes en expediciones de alta montaña, y tienen su origen en la privación sensorial.

Cuando el entorno ofrece pocos estímulos, el cerebro —diseñado para buscar patrones— comienza a “completar” lo que falta.

Se activan redes neuronales que generan percepciones falsas, pero vívidas. No son producto de la locura, sino del diseño mismo de nuestra mente.

En lo alto, la imaginación no se apaga: se libera.

Estos episodios no siempre se viven con miedo. A veces, son reveladores. Escalar montañas y experimentar estos umbrales psíquicos es una forma de regresar transformados. Conscientes de la maravilla y la fragilidad que habita dentro de nosotros.

Escalar hacia adentro

La montaña no solo pone a prueba nuestras piernas y pulmones. Nos enfrenta con nuestra mente en su forma más cruda. Nos enseña que el límite no siempre es la cima, sino ese instante en el que dudamos de lo que vemos, o escuchamos lo que no está. Y aun así, seguimos.

Subir montañas es una búsqueda hacia afuera, sí. Pero también es un viaje hacia el centro de uno mismo. Donde los sentidos se difuminan y lo invisible cobra forma.

Donde lo real y lo imaginado se entrelazan como la bruma que sube por los riscos al amanecer.

En ese límite, justo ahí, nace la aventura más profunda de todas: conocernos.

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